La mayor parte de las personas en el mundo dan por sentado el derecho a la nacionalidad garantizado en el artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La mayoría de nosotros podemos adquirir un documento de identificación, un pasaporte o cualquier otro documento, sin ningún problema; pero, aunque cueste creerlo existen en el mundo millones de personas que carecen oficialmente de nacionalidad, apátridas condenados a una vida de marginación.
Algunas personas son apátridas por la desintegración de Estados o imperios, hace generaciones, otras no tienen, o han perdido, su nacionalidad involuntariamente por leyes mal elaboradas o que entran en conflicto con otras dentro de un Estado.
Otras personas son convertidas en apátridas deliberadamente porque se les ha negado o se les ha despojado de su nacionalidad como parte de un proceso de persecución racial, política o étnica, y a menudo han sido posteriormente forzadas a huir a otro país donde es posible que permanezcan como apátridas durante muchos años.
En algunos países el derecho a una nacionalidad es un derecho que se le reconoce a los descendientes nacidos en otro país, de padre o madre extranjero, hasta la tercera generación. En caso de no haber sido inscritos por sus padres, durante su minoría de edad, en el registro correspondiente, la persona tiene la capacidad de adquirir la nacionalidad extranjera durante su mayoría de edad en ejercicio del derecho de opción, pudiendo de esta manera obtener incluso la residencia y ciudadanía.